Cuando uno quiere vivir con honradez y sin trampas la propia fe, experimenta cada día la necesidad de un espacio diario de oración, escucha y diálogo con ese Misterio donde encuentra el amor incondicional; necesitamos también tiempos más prolongados en los que rehacer la experiencia de fe, debilitada y herida en el diario acontecer. Espacios para ponernos confiadamente en las manos de Dios, que nos sujeta con cuerdas de ternura, confiando en que el señor quiere y puede hacer con nosotros algo nuevo a pesar de los años, los fracasos, las contradicciones y el cansancio de la vida.