"Antes de formarte en el seno materno... yo ya te había escogido", dice Dios. Y aquel muchacho de veinte años responde: "¡Pero si no voy a ser capaz!". Pero Dios no se hecha atrás, y toda la vida de Jeremías, desde aquel momento, consistirá en hablar en nombre de Dios a su pueblo, a sus sacerdote, a sus gobernantes. Con angustia, con perplejidad, con temor. Pero con una fidelidad absoluta. Jeremías vive en los tiempos trágicos de la caída de Judá en manos del imperio Babilónico. Y el, hombre sensible y pacífico, tendrá que anunciar desgracias, recriminar malas actuaciones, y abrir, también, puertas a la esperanza. Y lo hará con decisión, a pesar de las crisis e inseguridades. Por eso su historia personal y su peripecia espiritual resultan fascinantes para todo aquel que se acerca a ellas.