Toda la Escritura habla de Cristo. Así lo confiesa el divino caminante a los discípulos de Emaús. En realidad, toda la creación habla de Cristo porque, como San Pablo evidencia, todo fue creado por Él y para Él (Col 1,16). Hasta el final de los tiempos, hombres y mujeres se seguirán encontrando con Él en la palabra de Dios y en la vida cotidiana, experimentando el estupor por su predicación, la admiración por sus milagros y el deseo de seguirle seducidos por su invitación a una vida más alta. Para conocer el misterio de Cristo es necesario estar advertidos: no solo bastan las razones de la inteligencia sino que son oportunas las razones del corazón. Mucho de cuánto Cristo hizo y dijo -hace y dice- es solo comprensible a la luz del amor. Solo así se entiende que el inmutable, el eterno, el trascendente se haya hecho pequeño en Belén, pasajero en el Calvario, vecino común en Nazaret. Todo por Amor y todo para el Amor. Conocer a Cristo de corazón, adentrarnos en su misterio y recorrer el camino para llegar a la verdad y a la vida. Su humanidad es el camino: ser peregrinos junto a Cristo desde su nacimiento en Belén hasta el envío del Espíritu Santo. Su divinidad es el término: llegar a comprender que el que llora en el pesebre es la verdad que existe antes de todo tiempo. Todo ello unido en la única Persona divina, Verbo eterno del Padre, palabra de Dios, armonía eterna que resuena en el tiempo como melodiosa armonía que aquí encontrarás resumida en una obertura, tres movimientos y un final. Hágase silencio: comienza a resonar el misterio de Cristo.